En tiempos
actuales es muy común que nos ofrezcan productos alimenticios y terapéuticos (como
el café) que tienen la gracia de ser “orgánicos”, y ésta denominación tiene la
finalidad explicita de ofrecernos una garantía de que aquello que vamos a
adquirir es muy efectivo para lo que se recomienda. Sin embargo, si no
conocemos muy bien de qué se trata eso de ser orgánico, podemos llegar a confundirlo
y malinterpretarlo, por ello es mejor conocer un poco acerca su significado.
Un producto
orgánico es aquel al que se le ha dado un “nombramiento oficial” para ser
llamado así. Los nombramientos de “producto orgánico” los otorgan empresas
certificadoras que evalúan el proceso de cultivo, la manufactura y el empacado
de dicho producto. Lo que éstas empresas evalúan es que en todo el proceso no
se hayan empleado antibióticos, hormonas, fertilizantes, herbicidas y empaques
que adicionen al producto final sustancias químicas que puedan resultar tóxicas
para el ser humano o para el medio ambiente, así como tampoco deben utilizarse
en este proceso organismos genéticamente modificados (transgénicos).
La producción orgánica
también implica el uso de técnicas amigables con el medio ambiente, como la
conservación del agua y del suelo, el reciclaje de materia orgánica para la
fertilización, el libre pastoreo (en el caso de la ganadería) y la aplicación de
otras prácticas tradicionales y respetuosas en el manejo de plantas y animales.
En México se producen
una gran variedad de alimentos con este tipo de certificación y la mayor parte
de sus productores (80%) pertenecen a comunidades indígenas organizadas. Entre
los productos orgánicos mexicanos destacan el café (México es el principal
exportador a nivel mundial), además de frutas y hortalizas, lácteos, huevo, miel,
conservas y vinos, entre muchos otros efectos, todos ellos de muy alta calidad.
La certificación
es regulada por la SAGARPA y se hace de acuerdo con la Ley de Productos
Orgánicos, lo que facilita que estas mercancías puedan ser exportadas a diversos
países en donde existe gran demanda de ellos, principalmente a Europa y a
Estados Unidos.
En cierta medida
el consumo de productos orgánicos es una práctica favorable para la salud ya
que al ingerirlos tenemos la garantía de no consumir sustancias que pueden
afectar nuestra salud en el corto o en el largo plazo.
Sin embargo,
antes de la expansión del estilo de vida urbano e industrial hacia todos los
rincones de la vida rural, este proceso que hoy se denomina “producción
orgánica” era el modelo productivo predominante en nuestra región, y todavía
hoy en nuestro Semidesierto Queretano es posible producir y consumir frijol,
jitomates, miel, carnes y huevo que no tuvieron que ser adicionados con
sustancias químicas para acelerar su crecimiento o para mejorar su aspecto
comercial. Seguramente usted sabe quienes los producen.
De la misma
manera, en nuestra región y en nuestro país podemos encontrar productores
organizados que tratan de revertir las prácticas industrializadas de producción
masiva para volver al estilo tradicional, y ellos nos ofrecen directamente sus productos
(certificados o no certificados), en los tianguis verdes, en las tiendas
ecológicas, en sus propios expendios o hasta casa por casa; de manera que así,
tenemos la oportunidad de elegir entre un producto orgánico comercial, importado,
encarecido por su mercadotecnia, o decidirnos por un producto local equivalente
(más aún si se trata de café) igual de sano, más barato y más nuestro, cuya
compra beneficiará a una familia vecina o a un productor regional y no a una
empresa trasnacional.
Y en el mejor de
los casos, hasta podemos abstenernos de una compra innecesaria, porque al final
de cuentas los procesos de producción orgánica certificada también pueden ser
prácticas muy lucrativas de producción y consumo, disfrazadas de nobleza para
una sociedad altamente consumista.
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