Quemas de vegetación, humo y ecosistemas que se pierden


Una práctica común en los meses de enero a mayo es la quema de vegetación en el campo y en los predios de la periferia urbana. La razón por la que cada año se realiza esta actividad es porque los ganaderos tienen la certeza de que si el fuego acaba con los remanentes de pasto seco, el crecimiento de nuevos brotes se acelerará y favorecerá la alimentación temprana del ganado que pasta en estos sitios.


Esta práctica es totalmente empírica, pero tiene una explicación científica: al quemar la vegetación algunos minerales esenciales para el crecimiento de las plantas como el calcio, el potasio, el fósforo y el magnesio se liberan con la combustión de las ramas y se reintegran al suelo en un “formato” de fácil asimilación para las raíces. Con la quema no se afectan los rizomas de los pastos (tallos enterrados a los que también se les conoce como guías) y como estos tienen una gran capacidad de regeneración, reverdecerán en muy poco tiempo después de haber sido “podados y abonados” por el fuego.
En el caso de los pastizales o matorrales con uso ganadero, este proceso parece a simple vista una maravilla de manejo; sin embargo, un pastizal ganadero no solo alberga pastos y borregas, y a costa de una “aparente” buena alimentación para el ganado, un sinnúmero de especies y procesos biológicos-climáticos se ven afectados con esta aparatosa y peligrosa práctica, misma que la mayoría de las veces se sale del control de quienes la provocan y a quienes parece no importarles si el fuego se extiende a los predios vecinos, aunque estos sean bosques, viviendas, industrias, basureros y hasta gasolineras o gaseras.

En los años recientes este fenómeno de las quemas parece haberse incrementado en intensidad y en frecuencia, aunque las estadísticas aseguran que en este 2019 el número de incendios ocurridos entre los meses de abril y mayo ha sido menor que el de 2018. La razón por la que sentimos que este fenómeno se ha agravado tiene mucho que ver con el hecho de este año ha sido más caluroso y más seco, con una sequía acumulada de años anteriores, lo que provoca un incremento en la cantidad de materia seca presente en el ambiente que es más combustible que cuando está húmeda o verde. Por otra parte, ahora hemos visto arder zonas de vegetación que antes no se quemaban, muchas veces con la intención de favorecer los cambios de uso de suelo, a pesar de que la legislación forestal prohíbe que se den estos cambios en al menos 20 años después de la quema, paradójicamente el cambio de uso de suelo se otorgará cuando el ecosistema se haya recuperado ¿qué clase de protección es esta?, parece una burla.

Aunque la vegetación de los matorrales y los pastizales luzca enmarañada y opaca durante el invierno, se trata de un ecosistema, uno en el que habitan además de las plantas propias de matorral (nopales, huizaches, mezquites, yucas, biznagas y magueyes) un número incalculable de insectos y una población muy significativa de reptiles, anfibios, moluscos, aves y pequeños mamíferos, que son cruelmente afectados por la quema y sus poblaciones paulatinamente reducidas, con la agravante de que muchas de estas especies ya se encuentran en alguna categoría de riesgo de extinción.


La recuperación del matorral después del fuego es lenta y cuando aún hay plantas y poblaciones de animales que no se han recuperado del todo, vuelve el invierno y otra vez los incendios.
Los pastos brotan con rapidez, pero las otras plantas son severamente afectadas en su ritmo de floración y por ausencia de los insectos polinizadores, tampoco producirán frutos y semillas en varios años. Los reptiles sobrevivientes se quedan sin alimento (insectos y roedores), las aves se alejan de los sitios quemados pues ya no brindan alimento ni protección y aunque el suelo gana algunos nutrientes, pierde mucha humedad.
Al cabo de los años los pastos más apropiados para el ganado se deterioran porque sus ciclos de vida se aceleraron con el fuego, los predios son invadidos por pastos resistentes al fuego que no sirven para el ganado (como el pasto rosado: Melinis repens), se llenan de basura y llegan las ratas, se acaban las víboras que las controlan y además se acaban los nopales, los chilitos, los huamishís y los garambullos.

Matorral invadido anualmente por el pasto rosado (Melinis repens) en Cadereyta. El pasto rosado no sirve para el ganado, es una especie invasora que modifica la estructura del suelo y agota los nutrientes.

Los matorrales son los tipos de vegetación predominantes del centro de México, el ganado caprino y ovino son fundamentales en nuestras comunidades productoras de barbacoa, pero sin magueyes no hay pulque ni pencas para el horno, sin leña de mezquite no sabe igual la carne y sin las otras plantas olvidaremos poco a poco los guisos y postres mágicos del Semidesierto. Por lo tanto, tan importante es el matorral como los hatos ganaderos.
Lo que hace falta es la atención de las autoridades para la regulación de las quemas y el diseño de un mejor manejo para los animales que requieren alimento. También se requiere que hagamos conciencia de que la atmósfera ya no aguanta más la emisión de nuestros desechos y que el clima está cambiando.
Cada día se nota con más intensidad la carga de humos y polvos en el aire del centro de México, incluyendo ahora nuestro paisaje más cercano: la ciudad de Querétaro, San Juan del Río, Tequisquiapan y hasta el Semidesierto Queretano (Colón, Cadereyta, Ezequiel Montes) que hasta hace muy poco tenían cielos limpios, azules y transparentes.

Si ahora Querétaro está considerado como parte de la Megalópolis, nuestras autoridades deberían entregarnos reportes diarios sobre las condiciones de contaminación atmosférica y alertarnos sobre los efecto de las quemas de vegetación y los incendios forestales; así también, podremos analizar si su efectividad en el incremento de la producción de pasto para el ganado es más importante que el daño que causan para el ambiente y para la salud de las personas que respiramos el humo.

Comentarios