Siempre me pregunté ¿cómo sería vivir en
un hecho histórico? Ahora ya no quiero pensar en esa pregunta: Ana María
Chávez, 10 años, Querétaro.
Paren el mundo, yo me bajo. ¿Cuántas veces pasó por la cabeza de alguno de nosotros este pensamiento? Sobre todo cuando nos sentimos agobiados por el trabajo, los pagos, la rutina, las noticias del país y la decrepitud del mundo. Y ahora que parece que una buena parte del mundo se ha detenido, muchos que habíamos pensado en ello no sabemos cómo bajarnos, mientras que otros están ansiosos de que vuelva a funcionar la destartalada maquinaria del mundo a todo vapor.
Y la pregunta clave para los que
queremos otro mundo es ¿cómo podemos “bajarnos"?
Entre más inmersos estamos, directa o
indirectamente, en la vida de las grandes ciudades, más involucrados estamos en
la maquinaria socioeconómica del mundo, mientras más lejos estamos de esa
maquinaria, más cerca estamos de la puerta de salida.
Vivir geográficamente lejos de las
grandes ciudades no significa poder salir con mayor facilidad, nuestra
dependencia es lo que realmente dificulta nuestra salida, y esa dependencia
consiste en: necesidad de productos y servicios, necesidad de empleos, necesidad
de vida social urbana, deseo de progreso y sobre todo, en la aspiración de
colocarse dentro del “modelo ideal de vida y felicidad” que se promueve en toda
campaña publicitaria que aparece en una pantalla digital.
Quienes necesitan menos productos, servicios
y modelos aspiracionales provenientes de las grandes ciudades, aunque vivan
dentro de ellas, están a un paso de poder bajarse del mundo, y quienes están
cada vez más dispuestos a cortar esa dependencia, están a dos o tres pasos,
pero también hay quienes ya supieron cómo bajarse.
La idea de “parar al mundo”, no es solamente
una ocurrencia personal e individual, es también una idea que muchos filósofos
y científicos del mundo han planteado desde hace ya más de medio siglo.
En 1962 Rachel Carson en su libro
Primavera Silenciosa nos lanzó la primera advertencia sobre el abuso de
sustancias tóxicas en la agricultura (en aquel tiempo era DDT, hoy es
glifosato) y vaticinó un mundo sin polinizadores, sin aves, con agua
contaminada (o sin agua), con enfermedades (¿les suena conocido?).
En 1976 Stephen Schneider comenzó una
campaña de divulgación científica en la que se habló por primera vez a nivel
global, del calentamiento de la atmósfera terrestre por incremento de los gases
de efecto invernadero.
Por otra parte, en las últimas décadas
se ha documentado la mayor tasa de extinción de especies y pérdida de
biodiversidad de toda la historia de la civilización, lo que implica no solo la
pérdida de especies sino la pérdida de ecosistemas enteros: suelo, agua,
vegetación, fauna, microbiota y los procesos evolutivos que sustentan la vida.
Ante esta crisis global, mucho más
poderosa que cualquier crisis económica, los científicos y filósofos mexicanos
seguidos por sus colegas latinoamericanos y de otros países con alta riqueza
biológica y cultural, como México, han propuesto que para evitar la destrucción
de la vida en la Tierra se debe cambiar el modelo de desarrollo en el que se
mueve el ser humano, que se debe practicar la conservación integral de la
diversidad biológica y la diversidad cultural de todos los pueblos rurales y
originarios de todo el mundo, con sus lenguas, con sus tradiciones, con sus
quehaceres y con sus conocimientos, porque en ellos y en sus prácticas de vida
está la clave para asegurar el equilibrio entre el agua, la alimentación, la
calidad del aire y la salud de todos los seres vivos de la Tierra,
principalmente del hombre, ya sea urbano, rural o indígena.
A este conjunto de verdaderas riquezas
del mundo se le conoce como nuestro Patrimonio Biocultural, y para su sustento
y su conservación se requiere de una transformación civilizatoria; es decir,
reinventar el modelo de civilización humana en que vivimos para que sea
independiente de los mercados, que sea ajeno al ficticio concepto de
crecimiento económico sin límites, que incluya un modelo científico en el que
estén presentes los saberes y los conocimientos milenarios de los pueblos
originarios, que sea pluricultural y multipolar (que no sea tipo europeo, ni
norteamericano, ni exclusivamente científico universitario), que incluya el
pensamiento y la participación real de los pueblos indígenas y la sociedad
civil.
Si esta es la puerta de salida, señores, yo me bajo en esta parada.
Me voy junto con los que se mudan a
trabajar al campo, con los que no compran lo que no es necesario, los que no
van a los supermercados y tiendas departamentales menos si son trasnacionales, como
las que durante la contingencia sanitaria han incrementado jugosamente sus
ventas y quienes seguramente no pagan o regatean el pago de sus impuestos.
Caminaré con los que no usan el coche,
seguiré trabajando en mi huerto de azotea, con mi composta diaria; no he
cambiado mi celular en seis años y no quisiera cambiarlo nunca, no veo ni veré
televisión, no compro ni compraré ropa u objetos “de marca”, no consumo
alimentos industrializados o importados, tampoco productos de la agricultura
industrial, no voto. Uso plantas medicinales, hago ejercicio, participo y
participaré en movimientos sociales genuinos, leo los periódicos, no comparto
memes y cadenas, mucho menos noticias falsas.
La salida está en las resistencias
bioculturales. En México existen casos emblemáticos de colectivos que ya están
en la puerta de salida, ellos están en Oaxaca, en Michoacán, en la zona Maya,
en la Sierra Norte de Puebla, en Tlaxcala o en la zona Zapatista de Chapas:
pero también están en las grandes ciudades, produciendo hortalizas en sus
huertos urbanos o miel en los predios que rodean a los fraccionamientos
invasores.
Entre todos estos proyecto se producen hortalizas,
café, miel y frutas. Con su trabajo contribuyen a la protección de los bosques,
el agua y el aire, paro además se organizan para luchar contra los proyectos
mineros, resisten al crimen organizado y se oponen al despojo de sus
territorios por las parte de las empresas inmobiliarias, eólica e industriales entre
muchos otros megaproyectos más.
Para saber más, consulta:
México, regiones que caminan hacia la
sustentabilidad. Toledo y Ortiz 2014, http://www.cidesca.org.mx/archivos/E2-2.pdf
¿Quién
nos alimentará? Grupo Etc. 2018, https://www.youtube.com/watch?v=7a_3YSiTc88
Comentarios
Publicar un comentario