El pan industrial de cada día

 


Todo comenzó en 1992, cuando se reformó el artículo 27 de la constitución para que los ejidatarios tuvieran la posibilidad de vender o rentar sus tierras.

El discurso oficial sostenía que había que “darle certidumbre al campo mexicano mediante el fin del reparto agrario”, además de “capitalizarlo para hacerlo altamente productivo”.

Poco tiempo después, en 1994 y como consecuencia del inicio del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, la migración de campesinos y trabajadores mexicanos hacia Estados Unidos se disparó a niveles históricos. Por si fuera poco, también a partir de ese tiempo el maíz que antes producíamos se comenzó a importar desde Estados Unidos.


Estas disposiciones, entre muchas otras de carácter económico y político ocurridas en los últimos 30 años, constituyen la transformación neoliberal de México, la cual se diseñó para incidir sobre todos los sectores productivos del país, incluido el sistema agroalimentario.

En México la producción de alimentos pasó de ser rural-campesina o de particulares mexicanos, a estar en manos de gigantescas empresas multinacionales, mismas que ahora controlan el sistema completo: desde la siembra de las semillas, hasta la entrada a la boca de los consumidores.

Todo ello mediante un esquema que tiene las siguientes características: a) siembra masiva de semillas “de marca”, dependientes de fertilizantes y plaguicidas de las mismas “marcas”; b) uso de maquinaria y equipos para siembra, riego y cosecha, c) transformación química de los productos cosechados para generar alimentos ultra procesados por la industria química; d) distribución de productos terminados, en colosales cadenas de supermercados o en abundantes tiendas de conveniencia; e) costosísimas y llamativas campañas publicitarias; f) aniquilamiento de los pequeños productores y g) transformación de las preferencias alimenticias de los consumidores, lo que impacta directamente sobre nuestra cultura culinaria y sobre la salud de las personas.


En el sistema agroindustrial de producción lo que realmente importa son las ganancias económicas, no el hambre, no la salud y menos el medio ambiente.

Bajo estas circunstancias, en las últimas tres décadas perdimos en México nuestra “dieta de milpa” y la sustituimos por la “dieta del supermercado”, a la que podríamos llamar: “Nuestro pan industrial de cada día”, llena de productos empaquetados y congelados, saturada de grasas, sal, conservadores, colorantes, saborizantes, adicionada con vitaminas y hierro, fácil de encontrar en cualquier tienda grande o pequeña y además, “rápida de preparar”.

Es muy importante señalar que por dieta no debemos entender “régimen para bajar de peso”. Dieta es nuestra alimentación diaria, la que nos nutre, la que nos deleita y la que nos da energía. La dieta de milpa consiste en alimentarnos, nutrirnos y disfrutar todos los productos que se cultivan y que habitan en ese maravilloso espacio de tierra que lleva ese nombre y que consiste en una parcela habitada por una rica variedad de plantas, insectos y pequeños animales en torno a la planta madre: el Maíz.


Es indispensable recuperar nuestra cultura alimentaria, la que hemos perdido por el consumo de productos originados en el sistema agroindustrial, en enormes, insalubres y crueles granjas de pollos, cerdos y vacas, en extensos cultivos de un solo tipo: maíz, soya y cebada para cerveza o dentro de costosos y llamativos invernaderos que secan los pozos cercanos.

Tenemos que evitar los alimentos transformados, empaquetados, anunciados y distribuidos por empresas millonarias, porque estos nuevos hábitos, o como diría mi abuela: “mañas” de alimentación, nos han colocado en medio de los más graves problemas de salud de la historia, mismos que cobran millones de víctimas cada año: sobrepeso, obesidad, diabetes, hipertensión, dislipidemia (colesterol y triglicéridos elevados), anemia, desnutrición y cáncer de todo tipo.

Lamentablemente estoy hablando de nuestro entorno más cercano, ya que diariamente, en mi desempeño profesional, no hay día en el que no tenga que atender a una o más personas cuya diabetes e hipertensión no están controladas, que están sufriendo por dolor constante debido a sus prolongados periodos de descontrol y peor aún, personas que están perdiendo su vista, sus riñones y su corazón lenta y silenciosamente.

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